El Túpac Amaru de ángel Avendaño
Por: Guillermo Giacosa / Peru21
No es solo una espléndida biografía novelada de Túpac Amaru. Es también un grito de resistencia y de dignidad escrito con un vigor y una convicción tan profundos que su lectura hizo renacer en mí la incontrolada indignación que muchos años atrás me provocara leer Los condenados de la tierra, de Franz Fanon. Mérito doble en este caso pues Avendaño debió luchar contra las múltiples corazas que crea el tiempo para proteger el alma y con el recuerdo de todas las batallas perdidas que suelen terminar devorando parte de la fe en un futuro digno para la humanidad. Pero lo logró. Volvió a quitarme el sueño y a encender mis rabias. Rabias que no estaban dormidas, que sé que no están solas y que espero me acompañen hasta el día de mi muerte, pero que recibieron un alimento inesperadamente nutritivo en esta historia llamada Túpac Amaru. Los días del tiempo profético, que ha sido publicada por el Instituto Nacional de Cultura y por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
No es solo un libro que merece leerse; es un libro que debe leerse. Más allá de la prosa riquísima de Avendaño, más allá de una recreación histórica fundada en una cuidada documentación, hay algo, al principio impreciso e indefinible, que te va ganando y que te quita el aliento y que, a la larga, uno descubre. Ese algo es la autenticidad que se respira en el conjunto de la obra y con la que el autor, haciendo un honesto y equilibrado matrimonio entre sentimientos y razón, ha logrado impregnar los pensamientos y las emociones de los protagonistas.
El fanatismo religioso, el etnocentrismo europeo, el clasismo europeo, criollo y hasta indígena, el miedo, la traición; en suma, todas las miserias humanas disfrazadas, como sigue ocurriendo hasta hoy, en palabras que solo son sonidos ajenos al sentido que alguna vez tuvieron y en teorías destinadas exclusivamente a justificar la explotación de los más débiles y el saqueo de sus recursos, están presentes en la obra de Avendaño y desfilan ante los ojos de un Túpac Amaru que va desentrañando esta realidad para terminar asumiendo un compromiso histórico que lo señala como un auténtico símbolo de la lucha por la libertad en esta parte del mundo.
Ya preso, sabe Túpac Amaru que el único bastión al que nunca podrán acceder los opresores es el de sus sueños. Y allí, en esa prisión, que seguramente Avendaño sintió como suya mientras escribía, dice: "Cristo Túpac Amaru, indio crucificado todos los días, arcilla cotidiana, ojos que regresan de todo lo mirado. Oídos y gritos que escuchan todos los días las intimidades de las mentiras. Cristo tuvo a su Judas, tú los tienes por cientos. Miles de Judas, mucho más que enjambres de wayronqos ladrones, deicidas, desmadrados, editorialistas de venenos vespertinos y matutinos, carceleros de vocación, soplones hijos de mala madre, espadones con espadas perfumadas. Sí, Túpac Amaru, igual que en esta celda serás encerrado en la celda de las palabras. Tu prisión es para largo. Nunca aprenderás a resignarte, jamás serás un cadáver respetado. Para ti no habrá misa cantada. La patria es tu misa. La patria que no se vende ni se seca. La patria que es mucho más que un sueño, mucho más que hundir la daga hasta la empuñadura y morir como quien mata: patria es el hombre y es la vida; por eso no hay abismos comparables a los abismos de una patria hueca".
No es solo una espléndida biografía novelada de Túpac Amaru. Es también un grito de resistencia y de dignidad escrito con un vigor y una convicción tan profundos que su lectura hizo renacer en mí la incontrolada indignación que muchos años atrás me provocara leer Los condenados de la tierra, de Franz Fanon. Mérito doble en este caso pues Avendaño debió luchar contra las múltiples corazas que crea el tiempo para proteger el alma y con el recuerdo de todas las batallas perdidas que suelen terminar devorando parte de la fe en un futuro digno para la humanidad. Pero lo logró. Volvió a quitarme el sueño y a encender mis rabias. Rabias que no estaban dormidas, que sé que no están solas y que espero me acompañen hasta el día de mi muerte, pero que recibieron un alimento inesperadamente nutritivo en esta historia llamada Túpac Amaru. Los días del tiempo profético, que ha sido publicada por el Instituto Nacional de Cultura y por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
No es solo un libro que merece leerse; es un libro que debe leerse. Más allá de la prosa riquísima de Avendaño, más allá de una recreación histórica fundada en una cuidada documentación, hay algo, al principio impreciso e indefinible, que te va ganando y que te quita el aliento y que, a la larga, uno descubre. Ese algo es la autenticidad que se respira en el conjunto de la obra y con la que el autor, haciendo un honesto y equilibrado matrimonio entre sentimientos y razón, ha logrado impregnar los pensamientos y las emociones de los protagonistas.
El fanatismo religioso, el etnocentrismo europeo, el clasismo europeo, criollo y hasta indígena, el miedo, la traición; en suma, todas las miserias humanas disfrazadas, como sigue ocurriendo hasta hoy, en palabras que solo son sonidos ajenos al sentido que alguna vez tuvieron y en teorías destinadas exclusivamente a justificar la explotación de los más débiles y el saqueo de sus recursos, están presentes en la obra de Avendaño y desfilan ante los ojos de un Túpac Amaru que va desentrañando esta realidad para terminar asumiendo un compromiso histórico que lo señala como un auténtico símbolo de la lucha por la libertad en esta parte del mundo.
Ya preso, sabe Túpac Amaru que el único bastión al que nunca podrán acceder los opresores es el de sus sueños. Y allí, en esa prisión, que seguramente Avendaño sintió como suya mientras escribía, dice: "Cristo Túpac Amaru, indio crucificado todos los días, arcilla cotidiana, ojos que regresan de todo lo mirado. Oídos y gritos que escuchan todos los días las intimidades de las mentiras. Cristo tuvo a su Judas, tú los tienes por cientos. Miles de Judas, mucho más que enjambres de wayronqos ladrones, deicidas, desmadrados, editorialistas de venenos vespertinos y matutinos, carceleros de vocación, soplones hijos de mala madre, espadones con espadas perfumadas. Sí, Túpac Amaru, igual que en esta celda serás encerrado en la celda de las palabras. Tu prisión es para largo. Nunca aprenderás a resignarte, jamás serás un cadáver respetado. Para ti no habrá misa cantada. La patria es tu misa. La patria que no se vende ni se seca. La patria que es mucho más que un sueño, mucho más que hundir la daga hasta la empuñadura y morir como quien mata: patria es el hombre y es la vida; por eso no hay abismos comparables a los abismos de una patria hueca".
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